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Pequeñas mentiras sin importancia


las mentiras sin importancia destruyen el camino

Me inspiro en el título de una película francesa de 2010 que, más allá del interés de cada cual, si nos gusta o no la trama, me da pie a anudar varios temas que perfectamente podrían iniciar con esta frase.


Se me antoja habitual, sobre todo en el escenario laboral, pero no solo aquí, que las personas no cumplan con lo acordado, en definitiva, lo conocido normalmente como no cumplir su palabra: mentiras sin importancia, al fin y al cabo.


Como al parecer, esto se ha instalado en la normalidad de la convivencia en todos los órdenes, desde lo particular y familiar hasta lo social, político, profesional, ..., a nadie se le ocurre poner en evidencia que esto está ocurriendo (y de hacerlo, no tiene consecuencias) y si pasa en lo más elemental, por poner un ejemplo, se me ocurre, en llegar a la hora pactada, en donde parece que está más que permitida la impuntualidad y además, se premia a los impuntuales con los archifamosos minutos de cortesía, ¿qué mundo queremos lograr? Pues el mundo al revés, ¿la cortesía es solo para el impuntual?, ¿y para los que hicieron lo indecible para estar a la hora pactada? Me pregunto, ¿qué más puede derivar de aquí?


Pues de todo y, tal como está el panorama, poco bonito.


Retomo la impuntualidad (como un punto de partida común y normalizado, pero existen muchos más ejemplos que perfectamente ilustrarían el título tendenciosamente utilizado) y me gustaría destacar la insufrible capacidad de justificar lo injustificable de llegar tarde, que responde más a un acto inconsciente que a una verdadera necesidad de reajuste temporal.


Dos casos recientes en el plano laboral.


El primero. Tras aparecer a la hora pactada y llevar varios minutos de espera y avisar de que estaba esperando, la persona en cuestión se da por enterada y me dice que no lo tenía agendado y que se retrasaría todavía más porque estaba en una llamada. Accedo a regañadientes, he de decir, y pasados 20 minutos, me indica que vaya a otro sitio que no era el acordado, porque en ese momento le viene mejor, ante mi indicación de que estoy en el primer sitio y rondando ya la media hora, le propongo cancelar la cita a lo que me responde con toda una batería de justificaciones, balones fuera, …, para concluir más o menos que la culpa había sido mía porque ella no recibió las coordenadas de la cita acordadas entre ambas (silencio atronador).


Pequeño detalle sin importancia: ella contactó conmigo para acordar que nos viéramos, antes, ni nos conocíamos. Añado que no se trataba de un cliente sino de otro coach que me había pedido compartir experiencia y charla, algo totalmente informal a lo que accedí, y creo que por ahí entra la desgana y la falta de cuidado, por lo informal, que no implica, digamos, dinero, solo tiempo y encima del otro. Todavía me estoy preguntando para qué quiso armar la cita. Concluyo diciendo que cancelé el encuentro y me volví por donde había venido.


El segundo, casi calcado, no requiere detalle. Y ambos, en este mismo mes de septiembre.


Puntualmente, me alcanzan estas reflexiones:


  • Más allá del valor del tiempo de cada cual, por otra parte, incalculable para cada quien, asumimos que cuando llegamos tarde, es el otro, siempre el otro, quien ha de ceder, en este caso esperar. Una terrible demanda que pasa desapercibida en lo social.

  • No es que haya que pedir disculpas o presionarse a llegar lo antes posible, no, en ocasiones los impuntuales llegan sin sobresalto y sin pedir mínimamente disculpas. Claro, es mi obligación esperarte, entiendo.

  • La educación, cuidado y esmero hacia la persona que espera, obviamente, se descarta de un plumazo, finito, kaput, no existe.

  • Las consideraciones inconscientes de llegar tarde: llamada de atención, ego descontrolado, falta de orden, utilización del otro como objeto, manipulación, etc. parecen ciertamente excesivas, pero ¿realmente lo son?

  • No estoy diciendo que no ocurran imprevistos catastróficos y de muy difícil resolución que nos impiden llegar a tiempo, pero si esto se vuelve recurrente, invito a hacer lectura implicativa y posicionarnos en consecuencia.

  • Los hábitos, malos hábitos, nos comen la tostada. Supongo que no requiere explicación.


Quizá más asuntos, pero quiero concluir diciendo que no acuerdo en absoluto con estas prácticas. Es más, las denuncio abiertamente y prefiero adueñarme de mi tiempo todo lo que pueda, incluso para no hacer nada si es lo que decido, antes que ceder a la presión del sujeto impuntual compulsivo y licencioso que además ni se da por anoticiado.


Y ya, para redondear, y sacar el máximo provecho de cada experiencia, ¿qué dice esto de mí?, ¿en qué estoy siendo impuntual, mintiéndome o faltando a mi palabra conmigo mism@? ¿Eres el/la que espera o el/la impuntual? ¿Eres consciente de ello? Ponle el cuerpo a este nefasto hábito y sal de la rueda, porque lo más normal es que te lo estés haciendo a ti mism@ y no hayas prestado atención.


Utiliza el ejemplo de la impuntualidad para descubrir en qué otros contextos estás permitiendo pequeñas mentiras a las que no les das importancia.



 

 

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