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¿Sigo en automático o cruzo la calle sol@?


Que las inversiones en uno mismo tienen muchos beneficios, es indudable.


Que invertir en el cuerpo, en productos y tratamientos de belleza, en una buena alimentación, …, es una magnífica manera de apostar y cuidar de nosotros mismos está fuera de toda duda.


Que vivir en una casa estupenda, conducir el mejor coche, moto o patinete, es claramente una inmejorable inversión en calidad de vida, no se nos escapa que son absolutamente inmejorables vías de comodidad y lucimiento de nuestro mejor escaparate social.


No seré yo quien vea en esto algún problema, es más, lo fomento, lo patrocino y lo practico con entusiasmo y alegría.


Dejar que todo esto nos polarice solo en este sentido y lo de afuera sea lo único con lo que nos identifiquemos, digamos, ya aquí, discrepo.


Y me explico, porque en algún momento puede ocurrir (o no, porque no siempre ocurre) que una casa más, un vestido más, un coche más, no nos resuelva aquello que internamente no va bien.


No solo hablo de salud mental, que sería la derivada de más alta graduación, sino de ese runrún interno, quizá de vacío, quizá de estancamiento, quizá de insatisfacción que nada ni nadie puede cubrir.


Cada vez buscamos más vías de expansión, experiencias más al límite, objetivos hasta la extenuación, pero nos olvidamos de que la expansión, la experiencia más al límite y el viaje más extremo, somos nosotros mismos, es la última frontera del ser humano, aquella que nos lleva más allá del humano y de sus propias limitaciones, que otros objetos, los llamemos como los llamemos, nunca serán suficientes para transitar el camino.


No es que me parezca necesario aceptar a otro para que nos diga lo que tenemos que hacer o cómo vivir, no es eso tampoco, se trata de aceptar que en nuestro interior hay todo un Universo por descubrir, integrando lo sabido y lo inexplorado.


Solo quiero abrir la lata, no indicar más allá de una tibia propuesta que podría empezar por “y si…” y continuar con aquello que cada uno desee.


Estoy segura de que abrir la brecha de mirar hacia adentro ya incluye la semilla luminosa de no quedarnos en lo obvio, lo denso, lo material.


Incluye al menos evitar que todo eso determine mi vida y quién soy, me habla de otras maneras, como decía uno de mis primeros jefes y también mentor, el entrañable Raimundo Sáez, sería como “participar de lo mejor de los dos mundos”.

¿Te imaginas? Ser capaces de obtener aquello que nos propongamos por la vía menos explorada de trabajar en nosotros aquello que deseamos ver afuera.


No existen los atajos, siempre insisto en esto, una continuidad, una direccionalidad y un explícito empeño y determinación, sabemos y seguramente habremos comprobado en alguna ocasión, nos llevan a otros niveles de vida (y no, no solo económicos que es lo primero que se nos ocurre, aunque también si es ése el objetivo), de consciencia, de lucidez, de plenitud y de brillantez, nunca antes experimentados.


Uf, los pelos de punta, solo de pensarlo, que no es poco.


Hace dos días, escuchaba una entrevista a un atleta paralímpico al que una bomba le había llevado a perder las manos, una pierna, un ojo y no sé cuántas lesiones más. Lo que emanaba nada tenía que ver con su cuerpo, provenía de otra dimensión, de otro lugar, estoy más que segura, a eso me refiero, a que estemos dispuestos a ese salto, obligado o decidido, a esa tierra nueva y prometida más allá de la última frontera del humano. Que nos atrevamos a dar ese paso, aunque no haya puente, porque aparecerá sin duda, en donde todo aquello que nos rodea y que los paradigmas nos dicen que “es lo que necesitamos” realmente sea vistos como lo que son, artículos que se nos acomodan pero que no nos formulan ni nos definen. Que lo que emane de dentro sea pura luz y puro brillo.


No es que sea ni fácil ni inmediato, pero sí perentorio si queremos algo más de todo esto que sabemos que es ruido, chatarra y perecedero.


Al menos, no nos privemos de la experiencia de un existir más lindo y menos condicionado, porque como dice mi gran amiga Estrella (lo lleva en el nombre y lo es) al fin y al cabo “no nos llevamos ni el cepillo de dientes de todo esto”.

 

 

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